En todos lados encontramos siempre personas que se oponen a determinados emprendimientos, suponiendo que su realización no mejorará ciertas situaciones.
Esas actitudes siempre han existido y a través de esta nota iremos mostrando algunas, que a través de citas, comentarios o discusiones se han planteado respecto a nuestra ciudad o algunos otros lugares.
El Charco negro – Cuando se comenzaba a plantear la posibilidad de la realización de lo que hoy es nuestra Rambla, algún vecino que se vería tal vez perjudicado por lo proyectado, publicó en un periódico de la época unos comentarios irónicos respecto a lo que se pretendía, denominando a esa zona baja de la costa, verdadero fangal en ocasiones, sobre todo luego de las lluvias, que lo que se pretendía era convertir ese sitio en “un verdadero charco negro”. (Publicado en “El Progreso” del 12 de junio de 1911).
Sin duda que ese comentario no se cumplió pues lo logrado fue y es verdaderamente un gran motivo de progreso para nuestra ciudad, siendo considerada la Rambla hoy, como una de las mejores de la República.
La Zanja – Volvemos a ocuparnos de ese accidente orográfico que en una época significó el límite de la planta urbana de nuestra ciudad, siendo los sitios o lugares que existían hacia el este de las hoy calles Manuel Oribe y José P. Varela considerados como extramuros de la ciudad.
Ese término “extramuros” aparece en numerosas escrituras que hemos tenido a la vista, aplicado a solares o sitios que se vendían o sobre los que se contrataba, aunque aclaramos que nuestra ciudad nunca tuvo muros, siendo esa expresión una alusión al lugar de ubicación del bien de referencia fuera de la zona urbana más poblada.
Varias veces nos hemos referido a describir este sitio como un lugar que despertaba desprecio de gran número de vecinos, los que muchas veces se ocupaban del mismo mencionándolo en la prensa, como también lo hacían los redactores de los artículos periodísticos, en los que pedían a las autoridades que se ocuparan de solucionar ese peligroso y escabroso lugar.
Y en agosto de 1895 se publica en “El Departamento” que en la esquina de las calles Paysandú y Bequeló (hoy J.P.Varela) una señorita, hija de un conocido vecino, quiso pasar por un tablón ubicado sobre pilares para trasponer ese cañadón y cayó al agua, dándose un baño. Decía como explicación que faltaba un pilar al que sustituía la tabla.
Se decía también en otro periódico: “Las torrenciales lluvias del mes de diciembre de 1895 conectan LA ZANJA entre las calles Montevideo (E. Giménez) y Camp (hoy Zapicán), convirtiendo esos lugares en verdaderos pantanos que no pueden sortearse ni a caballo”. (Periódico “El Chaná” del 9 de enero de 1896).
Llegó luego el saneamiento y la empresa ULEN que tenía a su cargo el realizarlo, olvidó ese peligroso lugar, dejando un tiempo sin arreglar un profundo pozo en el pavimento, el que produjo accidentes como el vuelco de una regadora (con las que se aplacaban las nubes de polvo de las calles, regándolas periódicamente), como también accidentes protagonizados por varios de los primeros autos que circularon.
Se reclamaba a través del diario “El Progreso” su arreglo, el que finalmente y ante esos pedidos se logra que se solucione, colocándose en el lugar una serie de largos y fuertes hierros, que aún perduran, - alcantarilla- permitiendo el desagüe del torrente que se forma los días de lluvias abundantes, lo que permite que esas aguas bajen a la red de saneamiento subterráneo. (en la esquina de E.Giménez y Manuel Oribe).
Otro sitio peligroso – Era el constituido por la calle hoy Florencio Sánchez en su confluencia con la de Ituzaingó, siendo la primera de ellas que allá por los años 1865 y años posteriores se denominaba “calle de Cerro Largo”, criticada por distintas circunstancias.
Recordemos que los días lluviosos corre por la misma un gran caudal del agua de lluvia actualmente, pero que en la época a que nos referimos transformaba esa arteria en un verdadero fangal.
No olvidemos que entonces las calles eran de tierra, las que debido a las lluvias y al pesado tráfico de carros, carretas y animales, transformaba esos lugares en sitios intransitables y peligrosos de trasponer caminando.
Sumemos a ello el hecho de que sobre esa misma cuadra en dirección a la hoy calle Artigas, se encontraba el Mercado Central, que tenía una portada sobre esa vereda sur a través de la cual se introducían en el mismo la carne, frutas y verduras, pescados y demás artículos necesarios para su comercialización y todo el traslado se hacía a través de esos pesados medios de locomoción, únicos entonces en utilización.
La época a que nos referimos fue también la de la epidemia del cólera y esas circunstancias propiciaban el desarrollo de esa enfermedad, debido a que se formaban verdaderas lagunas de agua estancada, constantemente removida por el trasiego del pasaje de los carros y animales.
Todo esto sumado, hacía que a través de la prensa se intimara a las autoridades la necesidad de propender a solucionar este verdadero foco de infección, peligroso debido a la precariedad de los medios sanitarios con que entonces se contaba.
Es así que entonces el Médico de Policía Dr. Serafín Rivas Rodríguez, dice que hacia lo de Dn. Luis Vespa hay un depósito de vegetales en putrefacción que desprende un olor tan infecto que contamina hasta las habitaciones del vecino Dn. Felipe Victoria. Se extrañaba que no hubiera surgido algún enfermo en esa zona, pero a los pocos días debió visitar la casa de aquel vecino donde había tres niños con fiebre tifoidea. El foco infeccioso está debajo de las ventanas de las habitaciones y pide que intervenga la Junta.
El potrero del Liebig´s - Instalado el saladero del Liebig´s en la vecina localidad de Independencia (hoy Fray Bentos), era habitual que los principales de esa industria adquirieran tropas de ganado en este lado del Río Negro, las que debían luego trasladar hasta la otra orilla y mediante troperos llevar los animales hasta su lugar de sacrificio.
A esos efectos el Liebig´s adquirió una fracción de terreno o de chacra, ubicada en la zona donde hoy se encuentra el Puente Liber Seregni, sobre la costa del río, (conocidos esos lugares, entonces, como el “Monte de Sampayo”) hacia donde se conducían las diversas tropas tanto de vacunos como de lanares que se traían desde distintos lugares.
Para llegar al sitio de encierre, previo a su pasaje hacia la vecina orilla, a través de una balsa propiedad de esa misma industria (la “balsa grande” se denominaba y que se manejaba a “maromas”), las distintas tropas debían circular por la calle o senderos que formaban la vieja calle Galarza, produciendo el continuo ruido de las pezuñas de los animales, sumado al de los cascos de los caballos de los troperos y a los gritos de los mismos con los que azuzaban al ganado, sin olvidar la enorme cantidad de polvo que se levantaba de las calles de entonces, promovían en los vecinos las quejas justificadas, por lo que se debieron reglamentar los momentos y horas de las llegadas de las diferentes tropas hacia ese lugar.
Complicaba también ese tráfico, el pasaje por la salida habitual de la población, ya que la vía de salida utilizada en dirección a las estancias y poblaciones ubicadas hacia el este, se realizaba a través de la calle Paysandú, única que cortaba entonces la Cañada conocida como de “Roubín” o “de la Curtiembre”.
Inspección de casas y comercios
Ya estamos en los primeros años del 900 y los vecinos se quejan a través del diario “El Día”, por el mal olor que se despide desde el TAMBO establecido en la calle Montevideo (Giménez) entre 25 de Mayo y Sarandí. [Imagínense las vacas circulando en fila hacia el lugar de ordeñe en pleno centro de la ciudad, a sólo una cuadra del sitio donde está la Intendencia ahora] – Queja publicada el 27 de octubre de 1910.
Las continuas epidemias que azotaban las distintas poblaciones en el último cuarto de siglo del 1800, preocupaba a las autoridades y en especial a las de nuestra ciudad, por lo que, en prevención de las mismas emitían distintas ordenanzas y tomaban diferentes disposiciones para evitar la aparición de otra de ellas.
La Junta Económica Administrativa de la época, a través de una Comisión designada al efecto, realiza una prolija inspección de lugares y sitios que pueden ser focos de infección y de comienzo de una epidemia, ordenando distintas actuaciones.
Por ejemplo en la zona de la Plaza Nueva (hoy Artigas), inspecciona la Fonda Española donde ubica una letrina en el último estado de infección, sin comunicación ninguna, un patio y caballerizas sucias, cuartos sin ventilación ninguna, todo sucio y a más tres cerdos sueltos. En la cancha de pelota tienen un individuo peruano enfermo en el último estado, sin que nadie lo atienda. Êsta fonda se ubicaba en parte del padrón que hasta hace unos años ocupara el Conventillo de la calle Don Bosco, en cruz con la Terminal.
Hoy sirve de estacionamiento a ómnibus interdepartamentales de diversas empresas.
Esa misma Comisión recorre la población y hace notar que en calles Minas y Dolores (hoy Rodó y M. Oribe) hay un rancho viejo con 10 napolitanos y enfrente una fonda-billar, al parecer casa pública. A los fondos, un cuarto de don Paulo Díaz, sin más abertura que la puerta, habitada por 6 napolitanos, que sólo se abre de noche.
Siguiendo esa misma inspección, encuentran que en calles Minas y Asamblea (hoy Rodó y Artigas) don Luis Vespa debe realizar la limpieza de la caballeriza y blanquear el interior de la casa panadería, mientras que el portugués Bonifacio, tiene enfrente un charco con un gran cañaveral a la calle, existiendo asimismo frente a la viuda de Durán dos pantanos a la calle, la que queda obstruida.
En Cerro Largo y Artes (hoy frente a la Escuela Nº. 1) un sitio de carrizal, con un bosque de moras, lo mismo que en el sitio de la sucesión Roubín, en pleno centro hoy de la población, se informa que está poblado de moras y de yuyos. (esto es frente a la Plaza).
Hay mucho más, pidiéndose en varios casos el blanqueo de las propiedades por ser su estado muy sucio. Si tomamos en cuenta que la mayoría de estos lugares están ubicados en pleno centro, imaginarse lo que podrían ser los suburbios y los aledaños de esta ciudad.
Los reclamos de los vecinos eran continuos, por lo que transcribimos lo publicado en un periódico del lugar:” … llenos de una inmensa y sucia vegetación que no solamente es desagradable a la vista, sino altamente perjudicial… puesto que los muchos insectos y reptiles que se guarecen en la fragosidad de los que denunciamos, hacen penosa nuestra vecindad. … además concurre la circunstancia de que la lobreguez y espesura que en ellas existe, puede prestar seguro asilo al malhechor alevoso que quisiera intentar algún crimen contra el transeúnte…”
(Epoca heroica sin duda, pues debemos recordar que la iluminación de las calles se realizaba con tenues y temblorosos faroles a grasa o querosene muchos de los cuales no funcionaban o los apagaba el viento).
